lunes, 28 de agosto de 2017

Pequeño cadáver exquisito (Paula, Eva, Ana)


(P) Allí estaba Pepillo, jugando con su rastrillo.
(E) Y, al atardecer, empezó a comer castañas.
(A) En una de ellas había un gusano.
(P) Un gusano que no tenía ano.
(E) Hacía caca por la boca.
(A) Lo que, como todo el mundo sabe, es una cochinada.
(P) Cochinada, que se parece a hada.
(E) Hada intoxicada de polen de diente de león.
(A) Fue atendida en el hospital de hadas.
(P) Por la comadrona gruñona
(E) Enfadada de mucho trabajar.
(A) Explotada y poco cobrar.
(P) Tuvo ganas de jugar.

martes, 18 de julio de 2017

Pensamientos

Si las hadas vuelan
y los árboles cantan
quiero creer que el mundo es real.

Si las fábricas sueltan humo
y los coches hacen ruido al pasar
quiero creer que eso no es de verdad.

El mundo ha caído muy bajo
pues aire ya no se puede respirar.
El mundo ha caído tan bajo
que ya no se puede disfrutar.

viernes, 30 de junio de 2017

La ciudad perdida de los kocoplasteiz

Érase una vez una niña llamada Tara. Tara no es una niña cualquiera, es que tiene el don de ver cosas que nadie más puede ver. Desde pequeña, sus padres estaban preocupados por las afirmaciones de Tara, porque decía que en su habitación había duendes reales. Los demás solo decían que era su imaginación, menos uno, Mateo. Mateo era el niño más rarito de la escuela, pero también era su mejor amigo. Algunos chicos decían que se pasaba el día cazando bichos y observándolos.
Un día, Tara y Mateo quedaron en el parque para hablar.
—Bueno Tara, cuéntame lo que ves —dijo Mateo.
—Pues veo unas personas mitad duende y mitad humano que se parecen a los antiguos guerreros aztecas.
Mateo abrió un libro que siempre llevaba consigo.
—¿Son como estos? —añadió.
—Sí, ¡son idénticos! —contestó Tara.
—Se llaman kocoplastéiz y son una tribu muy antigua y numerosa —informó Mateo. Tienes que preguntarles por qué se te aparecen.
—¡No es tan fácil! —gritó Tara. Yo cada vez que intento decirles algo a las apariciones, se esfuman como si fueran humo… ¡Tengo una idea! Puedes venir a mi casa a verlas.
—¡Vale! ¿Qué día quedamos? —se entusiasmó Mateo.
—El sábado a las ocho y media. Cuando yo esté en la cama, hazme una señal desde el parque y te abriré la ventana para que subas.
Pasaron los días y Tara cada vez estaba más ansiosa. Cuando llegó el sábado, Mateo hizo su señal desde el parque. Tara abrió la ventana y Mateo entró.
—¿Cómo voy a ver yo las apariciones? —dijo.
—Pues con esto —dijo Tara. Las he fabricado yo.
Mateo tomó las gafas que la niña le tendía.
—Pero, ¿cómo las has hecho?
—Aaah… es un secreto.
El niño, no demasiado convencido, se las puso y al momento dio un respingo. A su alrededor, había montones de guerreros y fantasmas de todas clases. En cambio, solo dos guerreros les miraban.
—¡Aaaaaaah! ¡Mmmmmmm! —Mateo gritó.
—¡Cállate! —dijo Tara—, o mis padres nos descubrirán —añadió tapándole la boca.
En cuanto los niños se callaron, los dos guerreros se acercaron.
—¡Hola jóvenes! —dijo uno. Yo soy Hakorus, jefe de los kocoplastéiz. Sois los elegidos para ir a la dimensión de nuestra tribu pues tenemos un grave problema. Mi mujer Masungalik, mis hijos y toda la tribu han desaparecido junto con nuestra ciudad. Solo hemos quedado Roakun y yo —añadió señalando a su acompañante.
—¡Por favor, ayudadnos! —dijo Roakun.
—Eeeh… pueees… Tara decide tú —dijo Mateo.
—¡Pues claro tonto! —añadió Tara riendo—, y le dio la mano a Hakorus.
—¿Estáis listos?
—Sí, jefe kocoplastéiz —dijeron los niños.
—Pues… ¡allá vamooooooos!
A los pocos minutos, aparecieron en una selva enorme y luminosa. A su alrededor había mucha vegetación y animales. Parecía infinita.
—Bueno, ¿por dónde empezamos? —dijo Mateo—. Esta selva es tan grande…
—¡Cuidado! —gritó Hakorus.
Un tigre enorme se abalanzó sobre ellos. Sus ojos eran violetas y su pelaje, rojizo.
—¡Es un tigre místico! —chilló Tara ¡como en los libros! ¡Correeeeeed!
Los niños echaron a correr, pero el tigre era más rápido. Tara trepó por la corteza de un árbol y Mateo la siguió.
—¿Cómo sabías que era un tigre místico?
—¡Por sus ojos violetaaaaaaas! —gritó la joven mientras veía alucinada cómo el tigre escalaba el árbol.
—¡¡¡Aaaaaaaah!!! —gritaron los dos.
El tigre les había alcanzado, Mateo logró tirarse del árbol, pero Tara no. La niña gritaba asustada.
—¡Socorrooooooo! ¡Aaaaaaah!
Entonces, la fiera sonrió para el asombro de los niños y dijo: “¡Creí que erais intrusos! Pero creo que Hakorus os ha elegido para buscar su ciudad, ¿no?”
Tara se quedó pasmada.
—¿Quééé? ¡Pero si me ibas a comer!
—¿Cómooooooo? Lo pensarías por mi aspecto, pero solo quería ver si erais peligrosos. Sé lo que estáis buscando y os ayudaré…
—¡Vaaaaaaale grandullón! Deja que Tara y yo hablemos —dijo Mateo.
—¿Un tigre místico en el equipo? ¡Perdona, pero no!
—Vamos Mateo, tampoco es para tanto —añadió Tara. Además, no nos ha comido.
—Vale, está bien, pero si hace cualquier intento de comernos…
—¡Vale, ya lo hemos decidido! ¡Te quedas con nosotros!
—¡Bien, toma ya! —dijo el tigre.
Tara y Mateo se subieron a lomos del tigre, mientras Roakun y Hakorus les seguían andando. Caminaron y caminaron durante todo el día y, al final, acamparon en un pequeño claro.
—Oye Hakorus —dijo Tara pensativa—, nuestros padres se estarán preocupando porque no aparecemos.
—No os preocupéis. Cuando regreséis a casa, si es que regresáis, volveréis al mismo instante en el que nos conocisteis.
Durmieron toda la noche y al día siguiente se pusieron en camino. Hacia el mediodía, Mateo descubrió una especie de trampilla en el suelo de la selva.
—Entremos dentro —dijo Tara.
Bajaron unas escaleras de piedra y llegaron a un pequeño corredor. En él había una figura alta y esbelta que les miraba con unos ojos azules.
—Hola forasteros —dijo la figura—. Soy la adivina de la selva, solo podréis formularme una única pregunta, si es que queréis preguntarme algo.
—¿Dónde se encuentra la ciudad de los kocoplastéiz? —dijo Tara.
—No está muy lejos de aquí. Caminad veinte pasos hacia el Este y luego cinco a la derecha, encontraréis dos puertas y tendréis que elegir. Una os devolverá a casa y la otra os llevará directamente a la ciudad de los kocoplastéiz.
Cuando salieron del corredor, Hakorus se situó frente a la trampilla y caminó veinte pasos hacia el Este, después se giró y le dijo a Mateo: “chico, ¿quieres caminar tú los cinco pasos?”
Mateo recorrió el camino y encontró dos puertas escondidas detrás de unos helechos.
—¡Es por aquí! —gritó.
—¿Cuál vais a elegir? —dijo Roakun preocupado.
—Queremos que os reunáis con vuestro pueblo, así que intentaremos elegir la puerta que os lleve a él —concluyó Tara.
Tara acerca una mano a cada puerta y le dice a Mateo que haga lo mismo. Tras acercar las manos, los niños sintieron un cosquilleo en la mano izquierda y tuvieron una visión que les mostró la ciudad perdida. En la otra puerta vieron a sus padres.
—¡Hay que escoger la izquierda! —dijeron los dos a la vez.
—¿Estáis seguros de vuestra decisión? —añadió Hakorus.
—¡Claro que sí! —dijo Mateo.
En cuanto el grupo cruzó la puerta izquierda, se hallaron en un maravilloso pueblo azteca. A su alrededor había muchas personas que les miraban con curiosidad, pero solo una de ellas corrió hacia el grupo.
—¡Masungalik! —gritó Hakorus. ¡Creí que te había perdido para siempre!
—¡Hakorus, has vuelto! —dijo abrazando a su marido.
Todos estaban felices por el reencuentro.
—¿Quiénes son estos niños? —preguntó Masungalik.
—Vienen de otra dimensión y nos han ayudado a llegar hasta aquí —respondió Hakorus.
En ese momento, se dieron cuenta de que los niños estaban tristes, anhelaban su casa, aunque habían conseguido encontrar la ciudad perdida.
—¿Podemos ayudarles a regresar a su casa de algún modo? —dijo Roakun.
—Sólo yo puedo hacerlo porque soy el jefe —dijo Hakorus. Pero solo tendremos una oportunidad, a medianoche, todos tendremos que unir nuestras manos y desear que vuelvan a su casa.
Los niños recuperaron su sonrisa al oírle.
Al llegar la medianoche, toda la ciudad estaba reunida uniendo sus manos alrededor de Tara y Mateo.
—¡Os echaremos de menos! —gritaron.
No oyeron ninguna respuesta porque un torbellino los dejó dentro de su cama. Ambos pensaron que habían vivido una gran aventura y que había sido el mejor día de su vida.

martes, 2 de mayo de 2017

Momento peculiar

El sonido de los chopos 
me revuela el cabello 
y el césped escarlata 
ondea como las olas del mar. 
Serpenteante 
es el camino 
que surca las briznas. 
Los troncos blancos 
crecen como setas 
en un círculo de brujas.

martes, 9 de agosto de 2016

Navegar entre palabras

Para mi abuelo Luis, que no está ya con nosotros.




Cuando navego entre palabras
los puntos de las íes
me saludan al pasar,
las interrogaciones hablan
y las exclamaciones callan.

A veces encallo en una D
y otras atraco en una P.
Hay varios pueblos;
mis favoritos son:
”Érase una vez…”
y “En un país muy lejano…”.


Cuando navego entre palabras
la brújula no importa,
el corazón me guía.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Los libros de Ada Goth


Ada Goth es un libro lleno de misterio y aventuras que me ha gustado porque nunca había visto una niña como ella. A pesar de la muerte de su madre, es aventurera, optimista y tiene muchos amigos mitológicos y humanos. Al final del libro siempre hay otro más pequeño que te contará la historia de uno de los personajes. Con sus amigos o su nueva niñera descubrirá mundo más allá del Palacete Nebroso. ¡Anímate a leerlo!